Ataque al Veleta invernal
Desde hace bastante tiempo que buscábamos enfrentarnos por primera vez a la alta montaña invernal. Había puesto el objetivo en la ruta normal del pico Veleta, en Sierra Nevada, que a priori ofrecía un buen equilibrio entre simplificada dificultad técnica y atractivo montañero.
El sábado 13 de marzo de 2021 salimos de Sevilla a eso de las 6:00 y llegamos al aparcamiento de la Hoya de la Mora unos minutos antes de las 10:00. La montaña se presentaba cargada de nieve. La temperatura era bastante suave, quizás 5º C. No ignorábamos el hecho de que estábamos en invierno astronómico, pero que el invierno meteorológico ya había pasado. Definitivamente ese no sería el día más frío que íbamos a vivir en el monte.
Nos equipamos y empezamos a andar cuesta arriba a eso de las 10:45. Las primeras sensaciones fueron buenas. Progresábamos bien y rápido, intentando evitar el hielo y la nieve para retrasar al máximo posible el momento de ponernos los crampones. La estación de esquí estaba abierta y veíamos bastante gente descendiendo. En más de una ocasión nos paramos a contemplar el espectáculo, al que no estábamos acostumbrados. Vimos a una pareja de montañeras subiendo en vertical por una de las pistas, equipadas para esquí de travesía. El ritmo que llevaban era imparable, muy superior al nuestro, deportistas de élite con piernas de acero.
Al poco tiempo, ya no pudimos seguir avanzando por zonas limpias de nieve y tuvimos que parar a calzarnos los crampones. No hacía nada de frío, y los tramos de hielo se intercalaban con nieve costra que poco a poco iba derritiéndose. Esta nieve primaveral, que te absorbe e impone una progresión penosa, fue una de mis preocupaciones a la hora de planificar la actividad. Ya habíamos tenido algunos desagradables encontronazos en el pasado con este efecto.
Aun así, íbamos bien motivados. En estos primeros compases de la aventura la sensación generalizada era que estábamos preparados para afrontar lo que sea que nos viniera. Piolets, crampones, polainas, cascos, ropa de abrigo. No nos faltaba un perejil. Los cuatro componentes del equipo nos manteníamos bastante unidos en la marcha. Constantemente buscábamos las zonas con nieve más consistente y desnivel más suavizado. Aunque a medida que ascendíamos empezó a quedar claro que quien peor ritmo presentaba era yo mismo. La exigencia física estaba siendo bastante alta para mí.
Nos detuvimos un par de veces a reajustar los crampones y a picotear fruta, hasta que conseguimos alcanzar la cota de 3100 msnm, en la zona conocida como Posiciones del Veleta. Serían en torno a las 14:00 cuando empezamos a debatir el próximo movimiento, si atacar directamente a la cima o cruzar toda la ladera en dirección sur hasta el Refugio de la Carihuela. Para mí estaba claro: iba bastante fatigado y no sentía que tuviera la energía suficiente para subir directamente los últimos 200 metros de desnivel que faltaban. Insistí en visitar primero el refugio para almorzar y descansar un poco antes de subir a la cumbre, a lo que mis compañeros accedieron.
Desde la zona de Posiciones del Veleta usamos un tramo de pista de esquí bastante nivelada por la que se podía circular cómodamente al estar la nieve compactada. Alcanzamos a un montañero que había ido todo el camino delante de nosotros, y que estaba sentado comiendo frutos secos. Nos comentó que se sentía mareado y que no podía continuar, así que inmediatamente nos pusimos a su disposición en caso de que necesitara asistencia para bajar de la montaña. Miré el termómetro que siempre llevo colgado en la mochila. Marcaba más de 20º C, lo que me pareció consistente con la meteorología soleada y sin viento. No había riesgo de hipotermia para el montañero. Declinó agradecido nuestras ofertas de ayuda, ya que se sentía capaz de descender por su propio pie.
Continuamos la marcha y al poco nos encontramos con uno de los remontes que bajan prácticamente en vertical desde la zona alta. Había que atravesar la pista en perpendicular. Los esquiadores descendían muy rápido y de manera caótica. Decidimos apiñarnos los cuatro juntos para cruzarla, de manera que fuéramos más visibles y fáciles de evitar. Tras salir de la zona de nieve compactada de la pista, nos encontramos por delante con un buen tramo de nieve primavera que nos obligó otra vez a usar bastante energía para poder progresar.
Y de nuevo, cruzamos otro remonte. Este era aún más ancho y empinado que el anterior. Uno de los miembros del equipo tuvo el infortunio de que se le soltara un crampón a mitad de la pista. Atravesamos en perpendicular el vertical remonte como pudimos hasta que alcanzamos un lugar seguro para reajustarlo.
Desde este punto solo nos quedaban unos 600 metros lineales para llegar al refugio. Pero esta zona debía de estar más expuesta al sol, ladera sur, porque la nieve estaba en condiciones pésimas de consistencia. Mis temores se estaban cumpliendo, y la alta temperatura estaba haciendo de las suyas, poniéndonos las cosas complicadas. Atravesar estos últimos metros fue penoso y yo llegué al refugio exhausto. Me serené disfrutando de las impresionantes vistas del mar de nubes. Llegar hasta aquí sin duda había merecido la pena.
La pequeña guarida estaba enterrada en la nieve, pero pudimos entrar y comernos el bocadillo. Aunque hacía más frío y humedad en el interior, supuse que el motivo por el que instintivamente almorzamos dentro fue, más que la temperatura, el ocultarnos del sol de justicia. Yo estaba bastante fatigado, pero disfruté del tremendo bocata de tortilla francesa.
Reunidos allí, me dispuse a hacer números. Eran las 15:00 aproximadamente y quedaban unas cuatro horas hasta la puesta de sol. A una cadencia adecuada esta montaña debe subirse en tres o cuatro horas, y a nosotros nos había tomado casi cinco solo llegar al refugio. Estaba extenuado en cuanto a energía y no sentía que pudiera dar un solo paso más cuesta arriba. Con mi ritmo actual, no me parecía que tuviera la solvencia para ascender los 200 metros restantes hasta la cima y salir del monte antes de la puesta de sol. Decidí que no subiría y mis compañeros lo aceptaron. Los animé a que ellos si atacaran la cima, y eso hicieron. Mantendríamos el contacto con los walki-talkies, que para eso los llevábamos.
Cuando marcharon para arriba, yo me quedé reposando un poco más. Charlé con una pareja de montañeros que surgieron por allí con el objetivo de pasar la noche en la montaña. Aunque bien de ánimos, yo estaba realmente cansado. No me apetecía nada desandar el último kilómetro de nieve primaveral, sería una tortura. Mientras reflexionaba sobre estas posibilidades, apareció por el refugio un sanitario de la estación de esquí buscando a esquiadores rezagados, ya que iban a cerrar los telesillas. Hablé con él, y estuve tentado de comentarle mi situación de cansancio y fatiga. Pero me dio vergüenza y el hombre se marchó sin más.
No había otra, tenía que intentarlo por mí mismo. A las 16:15 me puse la mochila y empecé el camino de vuelta. Efectivamente, a los pocos minutos encontré el temido tramo de nieve primavera. Me exigió lo indecible para progresar. Esta media ladera presentaba una intimidante inclinación lateral, pero en mi dirección de marcha no presentaba apenas desnivel. El problema era que me hundía hasta las rodillas. Me paraba cada cinco o diez pasos a recuperar energías.
Después de lo concurrido de la mañana en la estación de esquí, al cerrar los telesillas ya no se veía a nadie en la montaña, y me sentí allí muy solo, aislado y atrapado. La inmovilización es una de las cosas que más temo en la montaña. Tuve que apretar bastante el culo para que la mente no me traicionara. Conseguí avanzar marcándome pequeños objetivos, como bordear un pequeño saliente de roca, o alcanzar unas profundas huellas que alguien había dejado anteriormente. Mi agotamiento era curioso: estaba bien alimentado e hidratado, incluso bien de ánimo, y no iba ahogado en cuanto a respiración. ¿De dónde salía entonces ese cansancio? El simple trabajo de clavar y desclavar las piernas a cada paso en la nieve era extenuante.
La veteranía es un grado, y yo ya había tenido estas experiencias anteriormente. El mal rato se pasa más rápido con distracción. Y así fue que al poco conseguí llegar al primer remonte vertical. Bueno, al poco no, ya que tardé del orden de 30 minutos en recorrer los peores 500 metros de la trampa de nieve primaveral. Cruzar las pistas de esquí en perpendicular no fue problema, ya que apenas bajaron un par de esquiadores, seguramente personal de la propia estación. Encontré el carril de nieve compactada y empecé de nuevo a moverme a buen ritmo. Definitivamente lo peor había quedado atrás. Contacté por walkie talkie con los compañeros y aún no habían llegado a la cima. Les estaba costando trabajo progresar a ellos también. Me alegré de haber invertido mis energías en bajar en vez de en subir.
Decidí que pararía en la zona de Posiciones del Veleta, donde me senté en una piedra a esperarlos. Al poco, me confirmaron por walkie-talkie que habían hecho cima y que bajaban inmediatamente. Me pidieron indicaciones sobre la mejor ruta de bajada, algo de lo que no tenía demasiada información dadas las condiciones de nieve de la montaña. Aun así les mencioné la posibilidad de que bajaran en paralelo al tajo del Corral del Veleta buscando la línea directa hasta mi posición.
Aunque había algunas huellas abiertas, para ellos también estaba la nieve bastante reblandecida y difícil de transitar. Los vi a lo lejos bajando como podían con penosa progresión hasta que conseguimos reunirnos los cuatro a eso de las 17:30. Mis cálculos de horario no habían fallado, y ver lo que tardaron ellos en hacer cima me confirmó que yo no hubiera tenido el ritmo para hacerlo con solvencia ni de horarios ni de energías.
Empezamos a bajar a bastante velocidad, buscando los tramos de nieve más consistente. El sol picaba más que nunca, y nos daba de pleno en la cara. En un momento dado empecé a sentir punzadas en el interior de la rodilla izquierda y me paré asustado pensando que tenía algún tipo de tirón muscular. Resultó una falsa alarma: me estaba clavando la punta del piolet cuando daba una zancada demasiado larga. El día estaba siendo bastante completo. A los compañeros también se les escapaban algunas quejas por hastío del pateo.
Entre todos, divisábamos el horizonte intentando adivinar cuándo saldríamos de la zona de nieve, para quitarnos los crampones y poder andar más cómodos. Cuando el momento llegó, lo celebramos con alegría y sensación de plenitud. Es curioso cómo, a medida que bajé, perdí todo rastro de la fatiga extenuante que había sentido en la zona alta para dejar paso al cansancio normal de un día en el monte. ¿Sería la levemente menor concentración de oxígeno lo que me afectó arriba?
Dimos por finalizada la aventura a eso de las 18:45 cuando llegamos a nuestro campamento base: el Albergue Universitario de Sierra Nevada. El lugar tenía bastante buen ambiente y buena gente, quitando algún rancio personaje de humor granadino.
En conclusión, fueron 8 horas de actividad bastante exigente en la montaña. Todos estábamos contentos y satisfechos de cómo transcurrió la jornada. También cansados, y con el cuello y la nariz quemados por el sol. En mi caso, que no pude llegar a la cima, la sensación que se me quedó fue de reto, de querer volver a intentarlo con mejor estado de forma. Y también de aprendizaje. Disfrutar de una experiencia en la alta montaña invernal, y aprender de ella, es precisamente lo que buscábamos con esta aventura. Era la progresión más natural después de subir en verano. El objetivo estaba cumplido. Yo volveré y la subiré.
Un video resumen de la actividad:
El track GPS de referencia: