Ponga
El pasado sábado 1 de agosto nos decidimos a visitar el Parque Natural de Ponga. Este entorno natural, a priori tan poco conocido, transmite algo mágico ya desde el mismo nombre. Al buscar información, las imágenes de fábula que veíamos nos llamaban poderosamente la atención y despertaban aún más nuestra curiosidad por conocer el lugar.
Nos despertamos por la mañana en Cangas de Onís y nos dirigimos al corazón mismo del parque, la aldea de San Juan de Beleño. Allí, en el Centro de Visitantes, intentamos hacernos con mapas e información del entorno. Además, decidimos reservar para el almuerzo en un restaurante local.
Elegimos la ruta de senderismo circular “Valle del río Ponga” (PR AS 213), que empieza y acaba en el mismo pueblo, recorriendo la cuenca del arroyo que da nombre al parque. Decidimos realizar la ruta en el sentido contrario al recomendado, pues encontramos así más cómodos los desniveles. El sendero no tiene dificultad alguna, aunque en varias ocasiones hay que remontar alguna loma de pendiente intensa.
Nada más comenzar a andar nos vemos envueltos por un frondoso bosque, tremendamente verde, lleno de musgo. Las montañas de la zona nos rodean, aunque no tengo la suerte de conocer ninguna en primera persona. A medida que nos adentramos en el valle, nos envuelve una densa humedad. Aunque la temperatura no es muy alta, quizás del orden de 20ºC, el grado de humedad ambiente hace que sudemos mucho. La ruta nos llevará a cruzar el rio Ponga, de agua fresca y que, a tenor del caudal, parece ajeno al verano tremendamente seco que estamos viviendo.
Al poco tiempo llegamos a la aldea de Abiegos. Nos vemos recibidos de nuevo por un pequeño poblado de casas de piedra y tejas marrones. Desde aquí, hay que transitar unos kilómetros por la carretera en dirección a la siguiente aldea, Sobrefoz. Encontramos una vieja cabaña vigilada por una pequeña colonia de gatitos, cuyos ojos curiosos nos observan desde cada recoveco entre los tejados y las vigas de madera.
Descendemos de nuevo para volver a cruzar el rio, en una zona aún más verde y boscosa si cabe. Nos cruzamos con algunos otros excursionistas disfrutando de la naturaleza. Pero resulta llamativa la poca cantidad de gente que hay. El entorno es muy tranquilo. Aparentemente aquí, a pesar de la fecha, no hay problemas de masificación. El último tramo antes de volver al punto de inicio discurre por un bosquecillo de galería que transmite una intensa sensación de magia y misterio, de cuentos de duendes y hadas.
Al llegar de nuevo al poblado de San Juan de Beleño empezó a chispear, y nos dirigimos al restaurante para almorzar, un lugar llamado “La fonda de Ponga”. El menú, el servicio, la tranquilidad, la terraza que tienen con vistas al entorno. Todo es excelente. La lluvia en el patio mientras comíamos solo pudo aumentar el hechizo y encanto del sitio. El almuerzo aquí fue la guinda para un día espléndido conociendo este lugar de nombre tan mágico y enigmático: Ponga.