Señal de la Cebadilla

Este artículo está escrito por Salvador Castillo Posada.

Esta Semana Santa, mi equipo y yo decidimos pasar unos días en las montañas, pasando un par de noches en el Refugio Poqueira de Sierra Nevada. Pero, con 2 días de antelación a la aventura, la meteo no se presentaba adecuada para lo que buscábamos, e hicimos una reunión. La decisión fue casi unanime: nadie quería ir con la previsión de nieve que había. A excepción de mi, que decidí continuar con el plan adelante a pesar de que iría solo.

En ocasiones paso por alto una de las primeras leyes del montañismo: “nunca vayas solo a la montaña”, lo que a veces puede hacerme parecer loco o imprudente. Y quizá sea así, pero también peco de ir siempre con más equipación en todos los ambitos de lo que llevaría cualquier amante del trekking y suelo dedicarle mucho tiempo a estudiar las rutas y variantes.

Mi destino del jueves 18 de Abril de 2019, en Capileira, es llegar al Refugio Poqueira. Hay varias posibilidades para llegar allí a pie, siendo la más sencilla la ruta de la Hoya del Portillo, y la más dura la ruta de la central eléctrica de la Cebadilla. Elijo está segunda opción debido a la cota de nieve, ya que dejar el coche en la Hoya del Portillo podría significar no poder volver si nieva durante mi estancia en el refugio. Mi variante es más dura por su alto desnivel, unos 1000 metros durante 10 kms y medio, pero es realmente bonita y es casi imposible perderse si siempre sigues el curso del río.

Empiezo a vestirme y a equiparme a las 11:00 cuando ya empieza a chispear. Justo al salir, coincidí con una pareja de montañeros de Córdoba con quienes compartirían mi travesía en la montaña durante todo el día, entre adelantamientos. La diferencia de equipación con ellos era bastate abrumadora, ya que ellos portaban una mochila de 15 litros con un saco de dormir por fuera, y escasa ropa para la meteo a la que nos enfrentabamos. Mientras que yo portaba mi mochila de 70 litros con un peso aproximado de 17 kilos acompañado de mi pernera a la cadera (otros 3 kilos) donde llevo material que necesitaré tener a la mano durante la ruta. Ellos avanzaban a un ritmo más rápido con menos esfuerzo.

Por suerte, aunque carezco de otras habilidades, me considero una “mula de carga”, y junto a mi perenne motivación en el monte, suelo tener buena resistencia. Antes de pasar el poblado de la Cebadilla, ya podíamos divisar a simple vista el Refugio de Poqueira envuelto en nieve. El desnivel se veía aterrador, pero la forma en la que te envuelve este camino es espectacular, como el Valle de la Era, los amplios campos de vacas, el sonido del río Mulhacén durante la subida, las cabras y ardillas salvajes…

La ruta empieza a complicarse a partir de la central eléctrica, donde la inclinación de subida empieza a ser generosa, para hacerte trabajar bien a fondo las piernas cuesta arriba, pero uno se deja seducir por todos los encantos que esta ruta regala al visitante. A pesar de todo ello, al llegar a unas tres cuartas partes de la ruta, empezaron a mermarme las fuerzas. No iba con la soltura que habitualmente me acompaña. Tampoco es de extrañar si paras a pensar que salí de Dos Hermanas a 42msnm, de Capileira 1433msnm y me encontraría en aquel momento a 1900msnm cargando con un gran peso a la espalda.

A partir de este momento, poco más bajo del Cortijo de Antonio Quirante, la nieve ya me hizo ponerme los crampones. Solo 150 metros más arriba nos cubriría una niebla que no nos dejaría ver a más de 50 metros. La pareja que iba ahora delante mía, sin conocimiento de la ruta, que además estaba cubierta por la niebla y la nieve, me daban voces de vez en cuando para saber si seguía no muy lejos de ellos.

Refugio Poqueira

Este último kilómetro y medio lo recuerdo como un pulso entre la montaña y yo. El cansancio, la cantidad de líquido que perdía sudando a pesar de llevar bebidos casi 2 litros de agua, el desnivel excesivo después de kilómetros con tanto peso a cuestas y la lentitud con la que avanzava en medio de la niebla y la nevada, empezó a pasarme factura.

Aunque la visibilidad permitía ver de una baliza a otra, en ocasiones miraba el GPS para asegurarme que iba en el camino correcto, ya que la nieve se había ocupado de tapar el camino. Eso me permitía fijarme en cuánta distancia me quedaba para llegar a la pista forestal donde está el refugio. También medía mi ritmo de ascensión y distancia recorrida.

A 1 kilómetro de la meta se me cargó un cuadriceps, lo cual me hizo avanzar aún más lento y con menos soltura, lo que hizo que se me cargara el otro cuadriceps. A partir de este momento, tenía que descansar cada 20 metros. La nieve seguía azotando cada vez más fuerte. La pareja de delante, cada vez me costaba más pillarla. Para colmo, no podía sentarme ya que me producía más dolor en las piernas.

Experimenté algo que nunca había vivido hasta ahora. El extenuante cansancio hacía mella en mi, y mi sentido común empezaba a funcionar valorando todas las posibilidades en caso de extrema necesidad, si las piernas se me bloqueaban en medio de la nevada. Mi motivación me decía: “solo 700 metros más”, mi lógica también me recordaba que tengo un walkie en frecuencia 7.7 para emergencia en montaña, que llevo conmigo abundante equipación para el frío en la mochila, un GPS que dará mi posición si es necesario y mantas térmicas y cuerda para montar un refugio en alguna piedra hasta que amaine la tormenta.

Si bien es cierto que sabía perfectamente que llegaría, es una cualidad que siempre me acompaña en la montaña. Hacerme ver lo peor que pueda ocurrir, estar preparado antes de que pase cualquier situación y tratar con más solvencia cualquier problema en el momento que se de el caso. Así que tomé una decisión, en ese momento decidí parar 15 segundos cada 10 metros aunque no lo necesitara. Gestionar mis fuerzas hizo que se descargaran algo mis piernas, y, aunque parece ilógico, aumenté mi velocidad de ascenso hasta que llegué a los últimos 400 metros antes del refugio. Aquí baja drasticamente la pendiente y puedo avanzar a un ritmo normal hasta alcanzar a la pareja.

Llegada al Refugio Poqueria

Fue un momento de pelicula. La pareja, ambos, estaban sentados y desmotivados. Me acerqué a ellos y el chico me gritaba, “No te lo vas a creer, hay aquí un camino lleno de pisadas”, lo cual me alegró, por que sabía lo que significaba. A continuación me comentaron que debatian volverse por que creian haberse perdido en la niebla y que no sabían cuánto quedaba. Llegué a la pista justo al lado de ellos, les dediqué una gran sonrisa, les dije que solo quedaban 50 metros o a lo sumo 100. Se levantaron, se acercaron a la pista forestal llena de pisadas y la niebla se aclaró levemente en ese momento para darnos algo más de visión. Una carcajada salió de mi y les dije: “Daros la vuelta”, y en sus caras se iluminó una alegría inigualable. A sus 2479msnm, como si de un monumento se tratase, el contorno oscuro de el refugio Poqueira apareció justo detrás de ellos.

¡La victoria era nuestra!

Continua en segunda parte.

Este artículo está escrito por Salvador Castillo Posada.