El acenstro de la montaña

Nuestro objetivo para el domingo 2 de agosto era visitar el poblado de Bulnes. Era nuestra primera vez por aquí, y teníamos ganas de conocer un lugar de tanto renombre entre los amantes de la cultura montañera. Nuestro alojamiento para la noche era un pequeño hotel en el entorno de Poncebos, en la zona norte del parque nacional de Picos de Europa.

Veníamos con ganas de explorar y descubrir, ya que era nuestra primera vez visitando este lugar. Tal era nuestro desconocimiento previo, que mientras conducíamos por las sinuosas carreteras de montaña, aprenderíamos sorprendidos que a la pequeña aldea de Bulnes no se puede acceder por carretera. ¿Qué pasa aquí?

Aparcamos el coche y nos informamos. Existe una ruta de montaña de unos 500 metros de desnivel para acceder a Bulnes a pie. También existe, construido en el año 2001, un moderno funicular que por un módico precio sube directo a las inmediaciones de la aldea. No nos lo pensamos mucho, la idea parece buena: subiremos en el funicular y bajaremos andando. Nos compramos unos bocadillos y nos disponemos a emprender la actividad.

El funicular es una obra de ingeniería magistral. Un pequeño vagón que se desliza suavemente sobre raíles atraviesa las entrañas mismas de la montaña. Salva en apenas 10 minutos el considerable desnivel y la distancia necesaria para dejar a pasajeros y carga a tiro de piedra de las primeras casas de la aldea. Disfrutamos mucho del trayecto en este curioso medio de transporte que, la verdad sea dicha, tiene un precio por billete bastante considerable.

Aldea de Bulnes

Al salir del túnel nos encontramos en un entorno espectacular, estamos en el corazón mismo de la montaña. El día se presenta húmedo y con nubes bajas, y no podremos disfrutar de las vistas tanto como nos hubiera gustado. Intentando hacernos con el entorno y tener mejor visual, subimos al mirador del pueblo. Pero tampoco desde aquí hay mejores vistas hoy. De hecho, deberíamos de poder ver el famosísimo Naranjo de Bulnes o Pico Urriellu y hoy está totalmente oculto.

Nos dirigimos entonces a la aldea, construida enteramente en piedra y madera, llena de colores, y con mucha vida. Parece sacada de una fábula de fantasía. Un pequeño puente cruza un riachuelo. Vegetación verde y frondosa, salpicada de flores. Varias gallinas que corretean libremente. También algún gatito desvergonzado ofreciendo ronroneos a cambio de comida. Muchos otros visitantes como nosotros pasean y se deleitan del lugar. Cruzamos cerca de un pequeño restaurante e inmediatamente tomamos la decisión de guardarnos los bocadillos para la cena y disfrutar de un almuerzo con uno de esos sugerentes cachopos al horno que ofrecen. La explotación turística de lugar tiene sentido, y parece bien hecha, con mesura, sin masificación. Se respira por tanto un entorno acogedor y mágico.

Tras comer, damos otro paseo por el pueblo y nos disponemos a descender, transitando por el sendero que coincide con la ruta GR-203 en constante y vertiginosa bajada hasta la zona de Poncebos. El camino serpentea por la garganta del río Tejo, y la brisa que nos acompaña mientras caminamos es tan fría que nos obliga a ponernos un par de capas de ropa encima. Aunque sabemos que la montaña puede ser así de caprichosa con la meteorologia e íbamos preparados para ello, nos sorprende la baja temperatura en pleno verano, quizás 15ºC.

El espiritu del bosque

Durante el camino de bajada vemos a varios grupos de montañeros y montañeras que vienen también a este lugar a realizar diversas actividades. Algunos llevan claras intenciones y equipamiento de vivac, otros vienen simplemente de paseo. Hay algunos recodos del sendero que forman una cornisa vertical encima de la garganta, con el rio a muchos metros de distancia más abajo. Sentí vértigo en un par de puntos del camino, en los que tuve que apretar el culo para pasar. Nos vimos sorprendidos al cruzarnos con algunos ejemplares singulares de cabras montesas. Eran majestuosamente grandes y lanudas, de cuernos y porte casi legendario. Contemplaban con armonía a toda persona que pasaba por alrededor. Parecían la representación misma del espíritu del bosque o de los ancestros de la montaña.

Tras un par de horas disfrutando de la aventura llegamos a nuestra habitación del hotel, magníficamente grande, limpia y hogareña. El hotel de montaña Garganta del Cares es sin duda uno de los mejores hoteles de montaña en los que hemos estado en Asturias. El personal muy amable y los precios muy razonables. La visita a Picos de Europa y Bulnes no ha podido ser mejor final para nuestra aventura por la Cordillera Cantábrica. Al día siguiente emprenderíamos el camino de vuelta a Andalucía, con una placentera sensación de que volveremos en el futuro para seguir disfrutando de este lugar.

El equipo

A continuación dejo información sobre la ruta concreta que hicimos: