Grupo

El pasado 25 de julio de 2021 nos reunimos un grupo de 4 personas para realizar una aventura que llevábamos tiempo proyectando, el descenso en kayak por las aguas bravas del Río Genil. En concreto, estábamos interesados en el tramo navegable cercano a la localidad de Benamejí. Este recorrido ya era conocido para nosotros, habiéndolo descendido en balsa de rafting en varias ocasiones años atrás.

La empresa de turismo activo, guías y alquiler de material con la que contamos fue Salta Rios, que nos había prestado buenos servicios en el pasado. Todos en el equipo teníamos una intensa motivación, y sentíamos que esta actividad era la progresión natural para nuestras hazañas aventureras.

El día anterior, desde casa, habíamos estado evaluando el caudal del río, pues nos habían comunicado la planificación de desembalse de aguas que hacen desde el Pantano de Iznajar, unos kilómetros arriba. La información de que disponíamos indicaba que soltarían 20 m3/s durante 14 horas al día , un total de 1M m3/día, de 04:00 a 18:00. Como no teníamos datos para comparar si esto era mucho o poco, nos dejamos asesorar por la empresa, que nos modificó la hora de inicio de la actividad, de 10:00 a 12:00.

Curiosos por ver cómo se mostraba el río, llegamos al sitio a la hora acordada. Pudimos comprobar que el caudal era generoso, quizás incluso más de lo esperado por nuestra parte. La empresa había programado nuestro descenso junto con un nutrido grupo de cuatro o cinco balsas de rafting de otros clientes. Había bastante gente por allí. Nuestro guía, Francisco alias Kiki, nos entrevistó brevemente para conocer nuestra experiencia y habilidades encima de un kayak. Nos equipamos con neopreno, casco, escarpines, y chaleco salvavidas y nos dispusimos a empezar a remar.

Los primeros compases de la navegación fueron relajados. El río tenía dos partes claramente diferenciadas, la primera más familiar de agua suave y la segunda donde se concentran los rápidos más bravos. Nuestro foco de concentración durante el primer tramo fue en controlar los inestables kayaks individuales y mantenernos en una buena posición en el centro del río. Los márgenes estaban llenos de vegetación salvaje y agreste. Una compañera se despistó y acabó enzarzada en una maraña de espinos que colgaban sobre el agua.

Los kayaks eran insumergibles y aportaban por ello algo de seguridad en nuestra travesía. También eran bastante incómodos, ya que no disponían de ningún tipo de sujeción en la zona lumbar para la espalda. Mantener el equilibrio en ellos era cansino. El primer rápido que atravesamos fue bastante ligero en cuanto a dificultad. Sin embargo, allí sentí por primera vez el ímpetu de la gran torrentera de agua por la que nos deslizábamos. Éramos pequeñas cáscaras de nuez flotando a merced de la fuerza de la naturaleza.

Mis compañeros se cayeron al agua en distintos puntos de la travesía. Yo logré mantenerme remando hasta el primer gran salto, donde me fue imposible conservar el kayak debajo de mí. Por fortuna el agua estaba a una buena temperatura. Durante todo el recorrido íbamos entrecruzándonos con balsas de rafting, algo que creo que era molesto para ambas partes.

Kayak individual

Poco a poco fuimos acercándonos a los rápidos más fuertes. Llegamos a uno conocido como “La Cueva”, donde el río salta serpenteante primero a izquierda y rápidamente a derecha chocando contra una pared de piedra donde el agua se arremolina. Yo iba siguiendo de cerca a nuestro guía, intentando imitar en la medida de lo posible cada movimiento y línea del recorrido que él trazaba.

En la misma entrada de este rápido me caí al agua. Tuve la suerte de aterrizar en buena posición, haciendo pie en unas rocas del fondo. Con el agua a la cintura, atiné rápidamente a agarrar el kayak y el remo para que no se fueran río abajo. Haciendo equilibrio, con el torrente de agua azotándome en la cadera, usé unos pocos segundos para pensar en cómo proceder para salir de allí. Era consciente de que en el momento que levantara los pies del fondo, el agua me arrastraría sin control.

Decidí que lo mejor era tratar de montarme en el kayak. Tendría que hacerlo lo más rápido posible para intentar ganar control de la piragua y poder resolver el resto del rápido sin más caídas. De un salto conseguí sentarme dentro y agarrar el remo. Y efectivamente, el torrente me llevó a merced. Como no estaba en buena posición para mantener el equilibrio, volví a caerme dos o tres metros más adelante.

Esta vez la caída fue más dura. Me golpeé sin control contra las piedras del fondo, haciéndome una fuerte contusión en la pierna izquierda. Un compañero en kayak se dirigía muy rápido hacia mi posición. Logramos evitar el choque, pero él también cayó al agua. Fuimos arrastrados caóticamente por el rápido hacia la pared de “La Cueva”. El intenso dolor de la pierna me paralizaba y apenas podía reaccionar a los revolcones que nos daba el río. Intenté mantenerme a flote y estabilizarme como pude. Tragué bastante agua, por fortuna algo no tan desagradable como en el mar.

Llegamos al recodo de “La Cueva”. Llegó arrastrado también un tercer compañero sin kayak ni remo. También había allí dos o tres balsas de rafting arremolinadas y los guías nos gritaban órdenes contradictorias: ¡Agarra el kayak para que no se vaya! ¡No os paréis en el remolino de la pared! El sufrimiento que sentía en la pierna, y el haber tragado agua, hizo aumentar la confusión del momento. Haciendo por fin pie en el fondo del río, mis compañeros y yo salimos como pudimos de la pared hacia un remanso más seguro.

Allí nos reorganizamos y evaluamos la situación. Estábamos agotados tras los caóticos últimos momentos. Yo estaba francamente herido en la pierna. Y tenía kayak pero no remo, que se había perdido. Decidimos que haría el resto del trayecto en una balsa de rafting. Agradecí esto enormemente, ya que me sentía lesionado, extenuado y en definitiva incapaz de gobernar el kayak para el resto del río, la parte más brava del trayecto.

Balsa de rafting, arrastrando un kayak

Mientras iba en la balsa perdí de vista a mis compañeros de kayak y temí por ellos, ya que sabía que estaban también cansados y magullados y aún quedaban rápidos fuertes hasta llegar a la zona de aterrizaje. Llegaron íntegros bastantes minutos más tarde que yo.

Una vez fuera del río, mientras almorzábamos, charlamos sobre la experiencia del día. Estuvimos de acuerdo en varias cosas negativas, como por ejemplo la poca estabilidad de las piraguas que llevábamos, lo incómodas que eran y el cansancio que generaban. Uno de nosotros, no recuerdo quien, llevaba además un remo demasiado pequeño. Las numerosas balsas de rafting con las que nos entrecruzábamos manifestaban cierta descoordinación entre algunos de los guías. Y también, quizás, encontramos el briefing previo demasiado corto.

También reflexionamos sobre las cosas positivas. Una que yo personalmente quise remarcar fue el inmejorable entorno natural, salvaje y auténtico. Nos afirmamos en lo arriesgado de la actividad, pero destacamos las varias capas de seguridad existentes, empezando por el guía experto, un corto briefing que al menos existió, un equipamiento personal individualizado de buena calidad, y la presencia de las balsas de rafting con más guías expertos.

Una pregunta que nos hicimos fue: ¿Repetiríamos? En aquel momento todos estábamos profundamente cansados y magullados, así que preferimos no responder de inmediato. Un deporte de riesgo no se disfruta cuando se producen incidentes desagradables. Porque entonces, entre otras cosas, subyace la cuestión real: ¿Qué valor tiene tomar tantos riesgos?

Un video resumen de la actividad: