El receloso vivac solitario
Un fin de semana cualquiera, después de una dura semana de trabajo, necesitaba sentir la energía de la naturaleza fluir por mi. Necesitaba desconectar del bullicio de la vida cosmopolita y dejarme llevar por los olores, los sonidos y las sensaciones que la sierra tiene para regalar a quien sabe apreciarlo.
Pocas experiencias más intensas hay que el vivac, dormir al raso sin más techo que las estrellas y sin más cama que el suelo más mullido que se pueda encontrar.
El sábado a final de la tarde, de improviso, me decido a vencer a la tentación de una monótona noche más de fin de semana. Voy a hacer vivac al monte, a la naturaleza.
Las horas de luz restantes son escasas, y aún tengo que reunir los materiales, la comida, elegir el destino e intentar contactar con algún cómplice de aventuras que quiera acompañarme.
Me recomiendan visitar el Puerto del Boyar, que da acceso al corazón mismo de la Sierra de Grazalema, y que está relativamente cerca de Sevilla. Yo mismo tengo otra idea: Jimena de la Frontera, en el entorno del Parque Natural Los Alcornocales.
Hay un impedimiento: de la legislación sobre vivac solo conozco rumores y ningún detalle de procedimientos a seguir, obtención de permisos, etc.
Aún así, me decido a salir solo y de inmediato.
Hice paradas por el camino en coche, donde me maravillo con la cantidad de estrellas que veo, hasta puedo identificar la Via Lactea.
Entre una cosa y otra, cuando llego al Puerto del Boyar, serian más de las 2 AM, y al bajar del coche tengo un sentimiento incómodo, no me da buena pinta. Además, recuedo que cuando estuve ahí la ultima vez no me gustó. Así que continuo con el plan previo de llegar a Jimena de la Frontera.
Por el camino iba pensando que la mente me estaba jugando una mala pasada, y mi propia sugestión me estaba haciendo tener miedo y recelos. Pensaba en animales salvajes y perros que me atacaban por la noche en el vivac.
Del mismo modo, sentía la convicción de que tenía que superar mis miedos.
Llego a Jimena de la Frontera sobre las 5 AM, y aparco el coche de casualidad al inicio de una conocida ruta de senderismo de la zona, en medio de la nada. Me dieron las 5:30 AM y en mi mente, entre las historias que me estaba montando y con la excusa de que se iba a hacer de día, me dije: duermo en el coche.
Descartada la opción del vivac, y dispuesto a dormir en el asiento trasero del vehiculo, empiezo a escuchar escuchar ruidos extraños, como bastonazos, los que se producen con un palo de senderismo. Me dije a mi mismo que ahí tampoco iba a dormir tranquilo.
La oscuridad me envolvía, así que decido volver a ponerme en marcha e ir al pueblo de Jimena de la Frontera. Después de dar varias vueltas, meto el coche en una plaza y me dispongo a dormir hasta el amanecer.
Amanecer ven a mi. Allí en el coche me encontró el milagro del despertar del sol.
Decidido a cambiar las tornas a la experiencia de la noche, aprovecho mi estancia privilegiada en Jimena de la Frontera para desayunar, ver un castillo de la zona y embarcarme en una ruta de senderismo que coincide con una etapa del GR-7.
La idea original de experimentar con un vivac en medio de la naturaleza se vio truncada por mis recelos y la circunstancia de la soledad de la aventura.
Una de las conclusiones que saco es que tengo que probar llegando de día a la zona donde tenga previsto hacer vivac. De esta manera, puedo indentificar el entorno y sentirme más seguro.
Y también, tener en cuenta que dormir al raso estando acompañado es otra historia distinta: no asaltan tantos miedos.
Este artículo está basado en una historia real vivida por un amigo que quiere ser identificado con el nick de John J. Dunbar.
Las fotos también son suyas.